jueves, 4 de octubre de 2012

Historia de Cirujanos y Lujuria


Historia de Cirujanos y Lujuria
 
 
                                                     Diciembre de 1970

   





Todo comenzó de la manera más inocente y trivial que uno pudiera imaginar. Una sala de operaciones espléndidamente iluminada, las enfermeras y los jóvenes médicos aplicados en el devenir del procedimiento. Un paciente plácidamente acomodado bocabajo. El abordaje nítido para columna columna lumbar. El cirujano en jefe ensimismado en la meticulosa labor de liberar raíces nerviosas. Y la exclamación que ahora, a la distancia de este recuento, se tornó en absolutamente inoportuna: -Asómense, y observen, una raíz nerviosa bífida -caso sumamente raro-. Una entre quien sabe cuántos casos -dijo, emocionado.

Y entonces la doctora N., anestesióloga, excelsamente guapa, 34 años, madre esplendida de 2 pequeñajos, esposa modelo del doctor R. -amigo cercano del cirujano en jefe-, acercó un banco de altura justo detrás del cirujano, subió a él (al banco, no al cirujano), colocó una mano en el hombro del doctor, aproximó su cuerpo a la espalda y su rostro al del jefe. –No veo bien- exclamó. Y repitió todo lo que he mencionado, pero estrechándose los cuerpos hasta hacerse uno solo, hasta volverse una sola unidad. Y se prolongó la explicación abundando en detalles, y la hasta ese instante firme mano del cirujano, fue invadida por un espantoso temblor, y se estremeció su cuerpo al sentir el aroma de la hermosa doctora, y el roce en las mejillas, y la voz cercana al oído, y los pezones que como dagas amenazaban con perforar su espalda. Y jamás volvió a ser todo como antes. Hubo excesos al inicio: cirugías largamente retardadas con amplias y explicitas cátedras demostrativas, y decenas de rarezas que ameritaban la observación minuciosa, hasta el vicio: donde procedimientos verdaderamente comunes daban pie a extensas divagaciones. Siempre con la ansiada cercanía de la doctora, siempre con la proximidad de aquel cuerpo hermoso y joven, siempre con el beneplácito del resto de los concursantes, siempre con la jovialidad del cirujano en jefe, y siempre con la oportunísima presencia de aquel banco de altura que, notablemente, se había convertido en el más ruin de los cómplices. 


1 comentario:

Hernan dijo...

Seguiré escribiendo más experiencias vividas de las que algunas llegan a ser increíbles. Ojalá guste. Me agradaría leer un comentario de algún interesado. Gracias.